Hombrecito de Nieve
Autora: Mónica Rodríguez del Rey
Aunque cueste creer, hace muy poquito nevó en algunas provincias argentinas.
Nadie quería perderse el fenómeno y, con cámaras fotográficas, teléfonos celulares o filmadoras, guardaron para siempre la insólita experiencia.
En un barrio de la zona oeste que rodea a la Ciudad de Buenos Aires, dos hermanitos, de 8 y 6 años, llamados Joaquín y Franco, armaron en el jardín de su casa un hombrecito de nieve.
Le pusieron una bufanda, un gorro del vecinito y hasta un bigote.
Y este detalle que les causó risa, le dio el nombre: Bigote. Jugaron con "tortazos" de nieve alrededor de él, inventaron canciones y, a la hora de la merienda, tomaron junto a otros chicos de la cuadra, el chocolate pegados a la ventana, para no dejar de mirar al nuevo amigo.
Llegó la noche y todos se fueron a dormir, no sin antes despedirse de Bigote.
El intenso frío hizo que se taparan hasta la cabeza.
A la mañana siguiente, antes de prepararse para ir a la escuela, se asomaron a la ventana que daba al jardín pues si realmente había nevado y armado al hombrecito de nieve o si sólo se trataba de un sueño.
Para asombro de los chicos, ahí estaba firme Bigote y el jardín se mantenía como si una fría alfombra blanca lo cubriera igual que la tarde anterior.
En la escuela todos contaban alborotados la caída de nieve y cómo habían vivido el hecho. Pero al regresar al mediodía, Joaquín y Franco se encontraron con una desagradable sorpresa.
Si bien Bigote se mantenía parado en el mismo sitio donde lo habían armado, ya no tenía la forma graciosa dada.
Con tristeza se acercaron y, acariciándole la cara, preguntaron como si el muñeco fuera capaz de responder:
-¿Qué te pasa, amigo?
-Me estoy derritiendo, chicos...-susurró el hombrecito de nieve.
Los hermanitos se miraron boquiabiertos. El les había hablado como si tuviera vida.
-Sí, ya no se te ve tan saludable...
-se lamentó Joaquín.
-Parece como si te atacaron misiles galácticos o te hubieran dado unos cuantos escobazos-sonrió Franco.
-No te burles. Está sufriendo-respondió el hermano mayor.
-Tenés razón. Aunque hace frío no es tanto como cuando te armamos. Perdón, Bigote.
-¿Qué podemos hacer por vos?
-¿Hay freezer en la casa?-preguntó el muñeco.
-Sí-respondieron a dúo.
-Llévenme ahí, por favor.
Sin quitarse los guardapolvos, siquiera, los chicos buscaron unas maderas en el fondo para levantar y trasladar a Bigote sin que se rompa.
Ese fue su nuevo lugar de residencia, aunque por su tamaño ocupaba casi todo el espacio para guardar alimentos.
Día tras día los hermanitos visitaban al helado amigo ante el enojo de la mamá.
Había que encontrar una solución. Pero...¿cuál?
-¡Basta de abrir y cerrar el freezer, chicos!
-Mami, Bigote ahí está muy solito!
-Mándenlo a la Base Marambio con los pingüinos, entonces!- protestó la madre.
Justo, ésa era la idea que necesitaban.
Joaquín recordó haber visto algo sobre la "puerta de entrada de la Antártida", como se la llama.
Corrió a la computadora y con varios clic www.marambio.aq comenzó el camino para conseguir un nuevo destino a su amigo de nieve.
Con ayuda de su papá concurrió a la Fundación Marambio
-Vengo a ver al Presidente de la Fundación-dijo resuelto.
-¿Por qué asunto es, señor?-preguntó amablemente la secretaria al padre.
-Yo...yo, sólo vengo a acompañar a...-excusó el hombre confundido.
-Mi papá no tiene nada que ver. Yo hablé personalmente con el Suboficial Mayor Juan Carlos Luján y arreglamos la entrevista.
-Tengo una importante donación que hacer.
-Está bien. Tomen asiento. Ya los anuncio-respondió sonriendo la mujer ante la ocurrencia del pequeño visitante y un papá que parecía estar suplicando "tierra, tragame".
Joaquín se acomodó en un sillón e insistió para que su acompañante hiciera lo mismo.
Se sintió importante al saberse observado por el resto de los empleados.
Pocos minutos después, ingresaban al despacho del Presidente de la Fundación, quien se mostró tan amable como intrigado por la misteriosa donación.
Su gesto se distendió al enterarse de qué se trataba.
Como si su larga permanencia en tierras australes le hubiesen hecho dimensionar la calidez de los afectos, prometió a Joaquín que hablaría con autoridades de la Fuerza Aérea, para que en el próximo vuelo a Marambio, lleven al amigo en la bodega del avión Hércules C-130.
Transcurrieron algunos meses entre las protestas de la mamá porque Bigote continuaba ocupando gran parte del freezer y el desconcierto de Joaquín que, por momentos, creyó haber sido burlado en su afán por darle la oportunidad a su amigo de nieve de seguir viviendo.
-Juan Carlos me lo prometió...-exclamaba con desaliento cuando sentado en la compu, no hallaba noticias de la Fundación.
-Esa gente cumple otras funciones, hijito-intentaba conformarlo el padre.
-Nos habló con tanto entusiasmo de todo lo que hacían que yo confié porque es un grosso.
-Y el abuelo dice que la gente grande tiene palabra...-agregó Franco.
-Esperemos un poco más. Bigote podrá quedarse en el freezer todo lo que haga falta-intervino la madre.
Por fin, llegó la noticia esperada. La ansiedad de Joaquín no le permitía entender que se realizan más o menos un vuelo mensual del Hercules C 130, quien cubre el extenso trayecto para recambio de personal y abastecimiento.
Dentro de una heladera, Bigote fue trasladado hasta la Primera Brigada Aérea de El Palomar desde donde emprendería su viaje a la Antártida.
La familia entera enmudeció emocionada al ver el ascenso de Bigote dentro de la bodega de "La chancha" como le llaman a ese avión.
Las despedidas son tristes pero en este caso se transformó en alegría porque Bigote ahora luce en el desierto blanco rodeado de nuevos amigos, pingüinos, focas, científicos, técnicos, operarios y militares, quienes han enviado a los hermanitos fotos donde todos lucen sonrientes.
Cuento que integra la colección de narraciones sobre la Antártida dedicadas a los niños, escritas especialmente por la autora para la Fundación Marambio.
Estos cuentos son: