Cenizas en el Hielo
Autora: Mónica Rodríguez del Rey
La ambulancia que traslada al Suboficial Principal (Retirado) Luis Leiva va sin demasiada prisa.
La urgencia por salvarle la vida no tiene chance.
Ha llegado la instancia final cuando debe abandonar el hogar pues ya no bastan la dedicación de la esposa, el cariño de los hijos ni la permanente compañía de amistades y ex compañeros de la fuerza.
Una prolongada enfermedad ha consumido ese cuerpo robusto que sobresalía en los entrenamientos y en la acción.
Margarita, su mujer, va sentada junto a él silenciosa. La máscara de oxígeno y las vendas que cubren su cabeza, producto de la última intervención, apenas permiten ver los ojos entrecerrados.
Ella los acaricia cual si pudiera lograr abrirlos.
Lentamente atraviesan el portón de entrada del Instituto Baldomero Iñiguez. La antigua edificación, con calles interiores arboladas, una capilla y carteles indicadores de los distintos sectores asemejan a una pequeña ciudad.
La mujer observa todo con avidez. Sabe que ha llegado hasta aquí junto a su compañero de toda la vida pero que, inexorablemente, desandará el camino sola.
El vehículo se ha detenido frente al Pabellón de Cuidados Especiales. Dos camilleros conducen a Luis a la habitación N° 6. Margarita queda sola con el enfermo.
Desde las blancas paredes, el techo altísimo y la quietud asfixiante, que se abra la puerta e ingresen dos mujeres jóvenes, radiantes con sus guardapolvos, parece que están en un sitio equivocado.
El "buen día" suena como una burla. Se presentan como la psicóloga y la oncóloga del equipo de contención familiar. Margarita responde algunas preguntas y llora.
Transcurrieron dos días desde el ingreso de Luis al nosocomio.
El continúa igual, los profesionales repiten su rutina y su mujer permanece esperando el milagro.
Por fin, cerca del mediodía, ingresaron nuevamente a la habitación:
-Hola, Luis!-saludó una.
-¿Cómo está hoy?-preguntó la otra.
El paciente abrió los ojos. A Margarita se le iluminó el rostro.
-¿Me escucha Leiva?
El asintió apenas con la cabeza.
-¿Usted sabe dónde está?
Luis balbuceó algo. La médica le retiró la mascarilla de oxígeno y reiteró la pregunta.
-Sí, claro. En la Base.
La esposa se alejó hacia la ventana rompiendo en llanto.
-Ah, en la Base...¿Y cómo llegó hasta aquí?
-Llegamos -corrigió-, en la chancha-agregó refiriéndose al Hércules C 130 que realiza los vuelos a Marambio.
-Ella es la Licenciada Vilma Acosta y yo la Doctora Verónica Rosales.
-Usted, se sabe, es la médica y Acosta será la Operadora de Torre, seguramente.
-Somos parte de un equipo que lo acompañará todo el tiempo que sea necesario -respondió la profesional evitando dar precisiones.
-Por un año, hasta que vengan a relevarnos. En la pista que construimos pueden aterrizar aviones de gran porte.
-Quizás sea un Hércules...-finalizó con un hilo de voz pero sonriendo antes de sumergirse, nuevamente, en un sueño profundo.
Colocado el respirador al enfermo, la psicóloga pidió con suavidad:
-Acompáñenos, por favor, Margarita.
La mujer las siguió con resignación y, apenas atravesaron la puerta de la habitación, se dejó caer abatida en un asiento del pasillo.
-Señora Leiva, usted conoce perfectamente la gravedad de su esposo-dijo Acosta.
-Sí.
-Y también que su cuadro es irreversible...
-Por un instante, cuando abrió los ojos después de tantos días, creí en un milagro.
-Con lo que escuchó del Suboficial Leiva, queda claro que no tiene ubicación en el tiempo y espacio.
-Quiero encontrar la manera más sencilla de que comprenda...La mente es como un una computadora que almacena datos a lo largo de nuestra vida.
-No se si le sirve como consuelo, Margarita, pero en esta instancia a su marido le han quedado registros de lugares y momentos que lo hicieron inmensamente feliz -agregó la psicóloga.
-Es cierto. Había elegido la Fuerza Aérea desde que era niño. Viajó a la Antártida infinidad de veces e hizo tres permanencias anuales en Marambio.
-Juraba que, una vez retirado, se dedicaría a la difusión de esas tierras apasionantes y desconocidas.
-Todos sus proyectos se truncaron con este sorpresivo mal...
-Si usted queriéndolo lo ayudó a vivir, también en este momento crucial puede ayudarlo a...
-No, no lo diga, por favor-interrumpió Margarita.
-Aunque piense que no la escucha, háblele, acarícielo, hágale sentir que está acompañado por los que lo quieren.
El desenlace será menos traumático-concluyó la médica con una señal de aprobación de la psicóloga. Las palabras de las profesionales templaron el espíritu de la señora Leiva quien ingresó a la habitación con otra actitud.
El personal del hospital y las incesantes visitas le insistían en que se retirara a descansar a su casa o, al menos, a caminar por los alrededores para despejarse un poco. Ella se negaba.
Un atardecer en el que los últimos rayos de sol se filtraban por la ventana, el enfermo despertó y mantuvo vaga la mirada unos minutos.
Giró apenas la cabeza y vio a su mujer, sentada al lado tomándole las manos:
-Marga, que suerte que el Jefe de Base permitió que me acompañaras en este viaje-susurró.
-Sí, él es una gran persona.
-¿Ves la niebla por la ventana?
-Si.
-Hace varios días que nos tiene encerrados sin poder salir a patrullar. ¿Trajiste abrigo?
-¿Por qué?
-En cuanto desaparezca, vamos a bajar a la pingüinera. Quiero que veas de cerca a los "señores de frac"-sonrió.
-Nunca los toqué.
-Te van a encantar.
-Seguramente.
-Quizás se agregue a nosotros el Suboficial Mayor Velazquez; ese compañero a quien rescaté durante una tormenta
-Iremos los tres.
-¿No te molesta, verdad?
-Lo que vos digas está bien, Luis.
-Como este lugar no hay otro en el mundo. ¡Es el mejor!
-Podríamos venir a vivir aquí -sugirió la mujer con entusiasmo.
-No me atrevía a pedírtelo -¿Te animarías?
-Si no es en Marambio puede ser en otra Base. Esperanza, Brown o Belgrano me dan igual.
-Traeremos a los hijos e invitaremos a los amigos -concluyó eufórica.
-¡Qué bueno estar en la Antártida y que vos estés conmigo, Marga!-y expiró.
Cumplidos los ritos funerarios, la mujer se contactó con Velazquez, aquél ex compañero del esposo en sus incursiones por el Desierto helado, para que en el próximo vuelo llevara la urna que contenía las cenizas del Suboficial Luis Leiva y las esparciera en los hielos y en la pista de Marambio.
Muchos de los que integran la Dotación que año tras año custodian los confines de nuestra Patria, aseguran haber visto, cuando se disipó la niebla, una figura humana que se yergue, como centinela, contrastando con el oscuro plumaje de los pingüinos.
Cuento que integra la colección de narraciones sobre la Antártida dedicadas a los niños, escritas especialmente por la autora para la Fundación Marambio.
Estos cuentos son: