El Cuento del Abuelo II
Autor: Hebe Zemborain
- Hace muchísimos años…
- ¿Antes de que vos nacieras, Abu?
- Sí, muchísimo tiempo antes, tanto que nuestro país todavía no era un país sino un gran territorio ocupado por gente que vivía en forma primitiva, es decir, no tenían ninguna de las comodidades ni las cosas comunes que ustedes conocen.
- ¿No había tele?
- ¿Ni bicis?
- No solo eso, no había ropa, ni calzado, ni casas, ni nada de nada.
- ¿Y cómo podían vivir?
- Vivían como los pájaros, como los animales del bosque, libres, buscando su alimento en aquello que la naturaleza les ofrecía y es posible que esa vida al aire libre los hiciera fuertes, altos y robustos y capaces de protegerse del peor enemigo, el clima frío riguroso y destemplado.
- Voy a contarles la historia de uno de esos pueblos que vivió en el sur de nuestro país, en la isla mágica, el Onaisín, país de los Onas que mucho después los hombres llamaron Tierra del Fuego.
- Ah, sí, yo sé Abu es la isla con forma de botita.
- Y que parece caída del mapa.
- Veo que conocen el tema, muy bien, hace más de quinientos años allí vivían los onas. Este pueblo estaba acostumbrado a la marcha y a la caza en busca del alimento para la familia y para ello fabricaban sus arcos de casi dos metros y las flechas de cuarzo que manejaban con destreza, las mujeres se ocupaban del cuidado de los hijos y preparaban las mantas de pieles de guanaco que les servían de abrigo cuando el rigor del invierno tornaba muy difícil la vida.
- Vivían en clanes, es decir, varias familias juntas, pero cada una en su choza.
- Entonces tenían casa.
- Sí, una choza muy precaria donde siempre ardía el fuego, elemento indispensable para vivir. Se juntaban para comentar las aventuras de la caza, los cambios del tiempo, y enseñaban a los chicos a conocer los árboles, los animales y los vientos.
- ¿Por qué?
- Porque de ese conocimiento dependía la diferencia entre la vida y la muerte, saber qué tipo de plantas podían comer, qué árboles daban frutos comestibles era indispensable para sobrevivir y conocer los vientos era muy importante porque según la estación podían soplar en una u otra dirección, eso les permitía ubicar las chozas en la posición correcta, no olviden que eran nómadas es decir tenían que cambiar de lugar cada vez que se agotaban los alimentos o escaseaba la caza.
- ¿Eran guerreros?
- Todo lo contrario, Kuanip el Maestro que vivía en la isla blanca dentro del cielo, les había enseñado el uso del fuego y a vivir de manera pacífica y respetuosa ayudándose unos a otros.
- ¡Fueron atacados!
- Sí, atacados por sentimientos egoístas, rencorosos, violentos, y olvidaron las enseñanzas de Kuanip. Comenzaron las primeras reyertas sin mayor importancia, luego peleas más severas y por fin verdaderas guerras entre tribus.
- ¿Qué hizo?
- Al ver su falta de arrepentimiento sin piedad los transformó en seres sin brazos, condenados a vagar sin rumbo hasta lograr el perdón.
- ¿Los pingüinos?
- Sí según la leyenda ese es el origen de esas aves tan especiales que parecen hombrecitos con traje de etiqueta y que vagando y vagando en busca del perdón de sus pecados han llegado hasta la Antártida.
- Abu, qué cruel.
- Pero a mí me parece que son muy felices entre el hielo.
- Y son tan lindos…
- ¿Nunca los perdonó?
- En realidad no lo sé, quizás después de ver cómo se comportaban, cómo cuidaban a sus crías y vivían en armonía Kuanip haya tenido piedad y los perdonara, pero no creo que podamos averiguarlo.
- No importa, nosotros los perdonamos porque son muy graciosos.
- Pero sí podrán buscar datos para conocer bien su modo de vida ¿qué les parece?
- Fantástico.
- Yo los dibujaré.
- Y yo haré un muñeco.
- Yo voy a investigar.
- ¡Bravo!.. Esos son mis nietos. Desde mañana veremos cómo van los trabajos.
- ¿Y tendrán premios?
- Ah… eso se verá.
- ¡Hurra! Seguro que sí, gracias Abu.
- Ahora pequeños pingüinos, a lavarse los dientes y a dormir, hasta mañana.-
Hebe Zemborain
Cuento dedicado a los niños, escritos especialmente por la autora para la Fundación Marambio.