Los argentinos y la Antártida
"Nuestro Norte está en el Sur" (Máximo A. GARRO)
Por el Lic. Santiago Mauro COMERCI
Antártida, un Territorio con Poder
Al comenzar la década de los años cincuenta era evidente en los medios antárticos internacionales la preocupación, o mejor dicho, el interés por los recursos naturales de la Antártida, principalmente el uranio cuya existencia allá se preveía, principal incentivo al parecer par alas expediciones antárticas de aquellos años, a tal punto que se hablaba de la “carrera hacia los campos de uranio del polo Sur”, considerada como iniciada en la década anterior con la gran expedición estadounidense del almirante Byrd en 1945. El interés era tal que según ciertas versiones, en las expediciones antárticas británicas de entonces intervenían los técnicos del “Intelligence Service”.
En los Estados Unidos de América había tal preocupación por la Antártida, que no sólo entidades privadas como la Asociación Hijas de la Revolución Norteamericana, sino hasta simples ciudadanos pedían al Congreso que el gobierno reclamara un sector antártico. En la sesión del 28 de agosto de 1950 del senado norteamericano, fue presentada una carta firmada por una ciudadana de apellido Kendall, de Washington, que pedía la reclamación de un sector antártico porque “junto al hecho de que la Antártida es fascinante, está el punto de que parte de mis impuestos han sido invertidos en expediciones recientes, y parte de los impuestos pagados por mi abuelo fueron probablemente invertidos en el viaje auspiciado por Wilkes”(1) ¡Interesante anécdota! Muy oportuna para reflexionar sobre nuestros derechos y obligaciones ciudadanos. Durante una convención celebrada en Washington en abril de 1951, la Asociación Hijas de la Revolución Norteamericana pidió al Congreso en una de sus resoluciones, “que tome las medidas del caso con el fin de dejar sentadas las demandas norteamericanas al respecto de esas tierras australes, ya que otras naciones han expresado su interés sobre las regiones polares que podrían ser de gran valor para la defensa nacional de este país dados sus recursos mineros”.
Tal era el interés de la ciudadanía estadounidense en el tema polar, y si bien el gobierno de esa nación hizo reserva de sus derechos antárticos, que por otra parte nunca especificó, se preocupó sí por establecer y mantener bases permanentes en el helado continente austral considerando además del interés científico el valor estratégico de la región, de tan relevante importancia para la seguridad de las potencias occidentales. Según una fuente naval británica, en 1951 su gobierno ya había definido su política antártica con vistas a una posible guerra con la URSS. En tal eventualidad, se consideraba de suma importancia el control de los pasos interoceánicos, y muy especialmente el Atlántico-Pacífico, donde había una ruta cierta, el estrecho de Magallanes, y dos posibles en el futuro, el canal de Beagle y el paso de Drake(2) ; de modo que la vigilancia de la dicha zona se haría desde dos puntos estratégicos, la isla antártica Decepción(3) y las islas Malvinas. Según la misma fuente, Gran Bretaña –de acuerdo con Estados Unidos– haría ese control, ya que no podía contarse con la Argentina por su tradicional neutralidad en los conflictos internacionales. Si bien las relaciones Washington-Moscú hoy no son las mismas que aquellos tiempos, no obstante sigue siendo preocupación de las grandes potencias el control de los pasos interoceánicos, y especialmente –pensamos– el Atlántico-Pacífico, posible futura ruta del petróleo. Y vale aquí una reflexión indudablemente no sabía nada de esto quien hace unos años ideó la política de la seducción, como estrategia para recuperar nuestras Malvinas.
Promediando la década, en 1955, Francia declara por una ley territorios autónomos a las tierras antárticas de su sector reclamado en 1938. Pero quizá lo que más evidencia el incremento del interés por las lejanas y heladas comarcas del polo Sur en la época que tratamos, es el hecho que en países con antecedentes en ese tema empiezan a aparecer manifestaciones en por de reivindicaciones antárticas; tal el caso de Brasil. El 30 de abril de 1955, la revistas “La Semana” bajo el título “Nuestro territorio será mayor. Un pedazo de la Antártida pertenece al Brasil”, comentaba la conferencia del profesor Joaquín Ribeiro y decía que Brasil necesitaba su parte antártica no sólo por razones económicas sino porque “estando el continente tan cerca de nuestras fronteras, cuando seamos un gigante que no necesite divisas, es posible que precisemos bases estratégicas para proteger nuestros intereses”. El profesor Ribeiro propiciaba que su país iniciara explotación pesquera en Antártida y que reclamara previamente sus territorios por el único país con derechos históricos –era su opinión– por el tratado de Tordesillas(4) , y además por razones estratégicas, pues se “hace imprescindible para nuestra defensa en el Atlántico Sur, el establecimiento de un trampolín en la Antártida. Y ese punto estratégico además nos coloca en una posición defensiva contra la única nación sudamericana que tiene veleidades de competir con nosotros”. Es evidente la alusión a nuestro país. Según Ribeiro, la línea de Tordesillas pasaba por el meridiano de Laguna, de modo que el sector polar brasileño se extendería desde allí hasta el meridiano que pasa por la parte más oriental del archipiélago de Fernando de Noroña (34º a 49º Oeste). Sobre reclamaciones territoriales en ese espacio, opinaba el conferenciante que su país y Rusia eran las únicas naciones con derechos incuestionables; Rusia, por el hecho que uno de sus almirantes, von Bellingshausen, había descubierto la Antártida en enero de 1821. En cuanto a la Argentina y Chile, cuestionaba sus derechos antárticos porque representaban la fragmentación de la América española, mientras que Brasil, en cambio, había heredado íntegramente la América portuguesa.
Contemporáneamente con la conferencia del profesor Ribeiro, se realizaba un trabajo sobre el mismo tema en la Escuela Superior de Guerra del Brasil, en el que se consideraba el aspecto estratégico, afirmándose en una parte los siguiente: “Estamos de acuerdo con el almirante Dufek(5) cuando afirma: “En una guerra total aéreo-nuclear, el Ártico podría ser el campo de batalla aérea decisiva y el Antártico la última base y la zona de retaguardia vital de las comunicaciones marítimas y aéreas circunterrestres de los occidentales; esto da fueros de veracidad al lema estratégico del futuro: “Quien domine los polos, dominará el mundo.” En el informe final del trabajo se hacían consideraciones sobre las posibles razones del Brasil para una reclamación antártica, descartándose las de orden histórico basadas en la línea de Tordesillas, ya que Brasil se había extendido al oeste de la misma. En cuanto a los intereses económicos eran reales, pero se estimaba inoportuna su mención por cuanto el país nunca había estado presente en la Antártida, de modo que sería poco honesto pretender allí beneficios económicos. “Por eso hay que ser prudentes –se afirmaba– la única razón que se puede invocar es la SEGURIDAD NACIONAL. Hasta los extranjeros consideran al Brasil el país del futuro. Nadie duda que nuestra rica tierra se transformara, tarde o temprano, en una gran potencia. ¿Cuál sería pues, la situación estratégica del Brasil, encuadrado por el norte y por el sur, por poderosas bases aéreas y navales? ¿Convendría al Brasil que Chile y Argentina aumenten sustancialmente sus potenciales nacionales?” En otra parte del trabajo, tratando sobre la línea de acción y medidas propuestas se concluía: “Por el momento es oportuno no reconocer, en lo posible, oficial y públicamente, los derechos de posesión de cualquier país sobre la Antártida, reservándose los derechos de libre acceso a aquellas regiones y de defender sus intereses en las mismas, a fin de que oportunamente, reclamar la parte a que se crea con derecho. Basta de complejos de subdesarrollo. Entremos en la lucha con la seguridad de tener un cuerpo muy joven. No olvidemos el ejemplo bíblico de David y Goliat.” La propuesta coincidía pues con la política norteamericana que tendía a la internacionalización del ya conflictivo continente del polo Sur, idea no concretada por la frialdad con que fue recibida por los países con intereses antárticos en aquel entonces, y que en cierta forma intentó materializar, o por lo menos allanar el camino para arribar tarde o temprano –intrepretamos– a esa solución el gobierno chileno, al proponer en julio de 1952 a la Argentina, a los Estados Unidos de Norteamérica y a Gran Bretaña, un “Status Quo” antártico por ocho años, determinándose, entre otras cosas, la libertad de investigación, apoyo a expediciones de cualquier bandera e intercambio de información científica entre los cuatro signatarios, cuyos títulos de soberanía quedarían congelados al momento de la firma del acuerdo, no pudiendo ser mejorados por lo realizado durante su vigencia. Indudablemente, el proyecto no convenía a nuestro país decidido a afianzar su presencia antártica, tanto en lo que se refería a investigación científica como a ocupación del espacio reclamado, lo que pudo concretar exitosamente, y a pesar de la difícil situación económica y política que atravesábamos. Las instalaciones realizadas durante esa época, cinco bases permanentes y treinta y cinco refugios temporarios, la fundación de un instituto científico especializado, la adquisición de un buque rompehielos y la incorporación a la actividad polar del Ejército Argentino y la Fuerza Aérea Argentina, que abriendo rutas contribuirían a convertir en cosa del pasado el aislamiento antártico, habida cuenta del apoyo logístico a científicos y técnicos, confirman nuestro aserto.
Mientras los gobiernos de los países con intereses antárticos estudiaban la situación elaborando secretos planes de acción, y los científicos y técnicos proseguían con entusiasmo su silenciosa y por lo tanto ignorada tarea, los comerciantes hacían su agosto; cerca de veinte flotas balleneras operaban en los mares antárticos en la temporada 1950-51: nueve noruegas, cuatro británicas, dos japonesas, una soviética, una holandesa y una perteneciente a la empresa “Olimpia Whaling”, recién integrada con capitales de diversa procedencia, y dirigida por el noruego Lars Anderson, conocido como el “Rey de los Balleneros”, radicado en Alemania después de abandonar su patria al ser multado con 140.000 dólares, por haber colaborado con los alemanes durante la guerra. Todas esas flotas estuvieron activas en las siguientes temporadas, y en el verano de 1954-55 operó también la flota cazaballenas de Aristóteles Onassis. Ese año el negocio parece haber sido muy rendidor, pues el precio del aceite estuvo en suba; en operaciones al contado llegó a pagarse hasta 90 libras la tonelada, que la temporada anterior había costado alrededor de setenta.
El hombre avanza sobre la Antártida; pronto sería necesaria una definición, y la entrada en escena de un nuevo protagonista –la Unión Soviética- brindaría la oportunidad. Efectivamente, cuando la URSS declara en 1950 que no admitiría ninguna solución en el problema antártico, en cuyo trámite ella no hubiera intervenido, surge una inquietud que finalmente se supera con un programa de cooperación científica internacional durante 1957-58, que abarcó el estudio de todo el planeta, por lo que se denominó Año Geofísico Internacional (AGI). Esa experiencia, que en el campo de la investigación antártica –en la que intervino la Argentina- fue muy fructífera, allanaría el camino para una solución que se materializaría finalmente en el Tratado Antártico, firmado en Washington el 1º de diciembre de 1959 por doce países, entre ellos el nuestro, y entrado en vigencia el 23 de junio de 1961, para todo el espacio antártico a partir del paralelo de los 60º Sur, en el que no se reconocen sectores nacionales, quedando suspendidas las pretensiones territoriales mientras dure el Tratado que sólo caducará mediante denuncia, lo que hasta ahora no se ha producido ni se prevé que suceda. Principales disposiciones del mencionado instrumento jurídico internacional son: no militarización, libertad de investigación científica, establecimiento de un “status quo ante” en lo referente a cuestiones de soberanía, y prohibición de ensayos nucleares y eliminación de desechos radioactivos. Así el problema político fue canalizado hacia la actividad científica asegurada y favorecida por la cooperación internacional, que caracterizará a partir de entonces la nueva etapa de la historia antártica, en la que el continente glacial austral será preservado de las contingencias internacionales, como se ha comprobado durante la guerra de las islas Malvinas en 1982.
Nosotros y la Antártida
La síntesis hasta aquí efectuada muestra claramente el poder de la Antártida y su atracción en el concierto internacional; intentaremos ahora sintetizar nuestras propias actividades, fecunda y tenaz labor en las gélidas latitudes australes, compensatoria de ciertas frustraciones, sobre todo a partir de los años cincuenta del siglo XX, años de apasionada división interna. El contraste fue grande, y sólo se explica si se tiene en cuenta que además de los objetivos de la alta política, conducentes a mantener la presencia nacional en los grandes temas de la política internacional, hubo siempre, y hay, una firme convicción en pueblo y gobierno, de que la Antártida es el confín natural de la patria, y esa convicción genera un sentimiento arraigado en cada argentino. Tras las grandes realizaciones de los pueblos y de los hombres siempre hay un trasfondo espiritual; y en eso creemos ver la razón de algo que repetiremos con riesgo de ser reiterativos: que la acción antártica ha sido la más coherente de la política argentina a través de disímiles épocas y gobiernos.
Muy extenso sería y excedería además nuestro objetivo, reseñar todo el esfuerzo nacional en procura de develar los secretos de la naturaleza antártica. Pasando por alto las actividades de los foqueros argentinos y la presencia de nuestro Luis Piedra Buena más allá del Cabo de Hornos en el siglo XIX, diremos que nuestro país fue el primero de América en prestar apoyo a los científicos europeos que, respondiendo a las recomendaciones de los congresos internacionales de Geografía de Londres (1895) y de Berlín (1899), organizaron la Gran Expedición Antártica Internacional, solicitando a nuestro gobierno apoyo meteorológico para sus buques desde alguna de nuestras islas australes, lo que se concretó en 1901 con la instalación de un observatorio meteorológico y magnético en una de las islas del grupo de Año Nuevo, frente a las costa fueguina, que operó desde 1902 hasta 1917. En 1901 también, el alférez de la Armada Nacional José María Sobral participó como observador científico en la Expedición Antártica Sueca del Dr. Otto Nordenskjöld, que por el naufragio de su buque “Antarctic” fue rescatada por nuestra corbeta “Uruguay” en 1903. En 1904 comenzó nuestra presencia permanente e ininterrumpida en la Antártida con el observatorio meteorológico y magnético de las Orcadas del Sur, donde empezó a ser operada también la primera estafeta postal permanente antártica. Al año siguiente se inaugura otro observatorio similar en la isla San Pedro de las Georgias del Sur, donde ya desde 1903 estaba operando la Cía. Argentina de Pesca SA, primera empresa ballenera instalada en aquellas latitudes. En 1942 tuvo lugar el primer vuelo argentino en el cielo polar protagonizado por la Aviación Naval que en 1962 efectúa el primer descenso en el polo Sur, sobrevolado dos años después por la Fuerza Aérea Argentina en nuestro primero vuelo transpolar. Al polo llega también en 1965 la expedición terrestre denominada “Operación 90”, del Ejército Argentino, que ya había cruzado por dos veces, 1952 y 1962, la cordillera antártica, y que durante 1955-56 había realizado los primeros descubrimientos orográficos cerca de los 80º Sur. La Marina de Guerra por su parte desde 1947 viene realizando las campañas antárticas anuales con varias unidades navales en cada período estival, y la participación de científicos y técnicos, principalmente del Instituto Antártico Argentino (IAA) fundado en 1951, que desarrolla programas de estudios nacionales y de cooperación internacional. Para apoyar tales actividades la Armada adquirió en 1954 un rompehielos bautizado “General San Martín”, reemplazado luego por otro más moderno denominado “Almirante Irízar”, en homenaje al comandante de la corbeta “Uruguay” en su hazaña de 1903. Junto al Instituto Antártico Argentino, que a partir de 1970 integra la Dirección Nacional del Antártico, intervienen también en el quehacer científico institutos y organismos de las tres fuerzas armadas. En cuanto a la cooperación internacional nuestro país fue uno de los sesenta participantes en los estudios del Año Geofísico Internacional (AGI) ya mencionado, desarrollando tareas glaciológicas con tres estaciones antárticas durante 1957-58; también durante el desarrollo del Año Internacional del Sol Quieto (AISQ) en 1964-65, la Argentina pos su situación geográfica ocupó un lugar destacado, y dentro de su programa las observaciones en la Antártida tuvieron preferente atención. Mencionamos estos dos casos por la trascendencia que tuvieron por tratarse de programas de participación mundial, pero los programas de cooperación internacional son de permanente ejecución.
Otro tema digno de destacar de nuestro quehacer antártico es el de los programas de recuperación y conservación de restos y monumentos históricos, ejecutados en la isla Cerro Nevado, en la que hizo dos invernadas consecutivas nuestro compatriota José María Sobral con la expedición sueca, y en la isla Paulet y en la bahía de la Esperaza, donde quedan testimonios de la misma expedición. Y por último, cabe mencionar los cruceros de turismo organizados a partir del año 1958.
Dieciocho bases, tres permanentes y las restantes de ocupación temporaria, tiene instaladas nuestro país en su sector antártico, limitado por los meridianos 25º y 74º Oeste y el paralelo 60º Sur, siendo la razón de tales límites la siguiente: el meridiano 25º incluye las islas Sándwich del Sur sobre nuestro mismo basamento geológico, el de 74º pasa por el punto extremo –cerro Bertrand- de nuestro límite con Chile, de acuerdo con el temperamento adoptado en el Ártico por los estados circundantes. El paralelo de 60º es el límite convencional del Antártico convenido por los países con intereses en la región. Repetimos lo ya dicho, por vigencia del Tratado Antártico la comunidad internacional no reconoce las reclamaciones de los siete Estados –entre ellos el nuestro- integrantes de los doce signatarios de 1959.
Exhortación a los argentinos
El interés internacional por la Antártida ya señalado, pone en evidencia como hemos adelantado el valor potencial de la misma, y ello justifica plenamente nuestra presencia en la región, además de la necesidad de afianzar nuestros derechos basados en razones históricas y en la continuidad geológica de la misma con nuestro territorio de este lado del cabo de Hornos, como así también en la contigüidad geográfica. Sea pues la política nacional antártica interés de los argentinos todos, preocupémonos por fijar entonces nuestra atención en aquella helada pero rica porción del planeta, que tanta significación tiene para nosotros, entre otras cosas por la gran proximidad, causa de la interrelación de nuestros fenómenos climáticos y de toda la naturaleza física de ambos territorios; los fenómenos naturales de nuestro hemisferio nacen en el continente antártico, donde se puede estudiar la génesis de los mismos con gran beneficio para la vida aquí. Por otra parte, siendo la Antártida el único lugar incontaminado del planeta, fácil es comprender la importancia que reviste la conservación de su ambiente natural, cuando la contaminación ambiental es un problema cada vez más alarmante. Es imperiosa pues la presencia nacional en tan privilegiado rincón de la tierra, para vigilar lo que allí se hace y evitar toda acción que pueda atentar contra nuestra seguridad ambiental. Tal sucedió en 1973 cuando se pretendió transformar la calota de hielo polar en un basural radioactivo, y nuestro país se opuso haciendo valer los términos del artículo V, inciso 1, del Tratado Antártico: “Toda exploración nuclear en Antártida y la eliminación de desechos radioactivos en dicha región quedan prohibidos”.
No obstante, el tema de los intereses argentinos en la Antártida no queda agotado con lo mencionado. Es necesario considerar también el valor estratégico de la región en varios aspectos: Posibilidad y control de rutas aéreas transpolares intercontinentales; control de la navegación atlántico-pacífica, importante en caso de cierre del canal de Panamá; control de la ruta petrolera futura por el cabo de Hornos; posibilidad de dominio militar (balístico) –en caso de concluir el Tratado Antártico- sobre los países del hemisferio Sur, y de lanzamiento y descenso de naves espaciales; progreso en las comunicaciones por los estudios de la atmósfera, rayos cósmicos y campo magnético. En cuanto a los recursos naturales: aprovechamiento del krill para la alimentación humana, y de algas para igual fin y para farmacopea y cosmética. Hoy se abre paso otro recurso natural: el hielo; témpanos producidos por la calota de hielo podrán ser remolcados hasta zonas desérticas para proveer de agua potable. Entre los recursos no renovables, el petróleo –del que hoy sólo hay evidencias- se perfila como un futuro problema.
Los ojos del mundo están puestos pues sobre la Antártida; ello obliga a nuestro país no sólo a mantener sino a incrementar su presencia allí, especialmente en un espacio que por múltiples razones consideramos propio y del que hemos hecho ocupación efectiva, que significa presencia permanente con el complemento de medidas político-administrativas, primer caso en la Antártida. Esa presencia se concreta con instalación de bases, señales para navegación (faros y balizas) y –fundamentalmente- ininterrumpida investigación científica, correspondiéndole a la Argentina el mérito y el honor de haber sido el primer país sudamericano en iniciarla. Mérito y honor que alcanza igualmente a nuestros compatriotas que soportando los rigores de aquel medio tan inhóspito, trabajaron silenciosamente en el pasado sin el apoyo que brinda hoy la moderna tecnología, conquistando para la Patria un lugar de preeminencia en la historia de la Antártida.
Por todo lo expuesto, por el esfuerzo de nuestros antepasados, por nuestro propio interés y por el de nuestras generaciones futuras, fijemos nuestra atención en la política nacional antártica porque, como pensaban y seguramente siguen pensando los estadounidenses, en esa política se invierte parte de nuestros impuestos, y también de los que pagaron nuestros padres y nuestros abuelos.
Sintetizando: “NUESTRO NORTE ESTÁ EN EL SUR”
Santiago Mauro COMERCI