Volver
Segunda parte

El autor de esta nota había volcado sus sentimientos a fines del año 2014, en una nota que publicamos, que la tituló "Volver"; fue cuando recientemente había regresado de pasar un año en el Continente Antártico, hoy renueva esos sentimientos, con estas palabras llenas de emoción.

Los de antes

De anotaciones del entonces Teniente Mario Víctor Licciardello (en la actualidad Vicecomodoro (R) Expedicionario al Desierto Blanco) cuando se encontraba a cargo del Campamento Bravo de la Patrulla Soberanía, en la isla Vicecomodoro Marambio de la Antártida Argentina, transcribo algunos fragmentos de la misma:

"Septiembre de 1969.
Día de fuerte tormenta NE, temperatura 10 °C, bajo cero, ráfagas de 40 a 60 nudos, ventisca baja, a la tarde mejorando. Vuelos del P-03 y del naval 101.
(…) ¡Pero el espectáculo del mar congelado, la playa, las gaviotas revoloteando, la soledad, era maravilloso! En un instante no creí estar en la Tierra, sino en algún planeta alejado de nuestro sistema… Ahora me doy cuenta de la emoción que habrá experimentado Armstrong, en el mes de julio, cuando observó la inmensa soledad y el silencio del suelo selenita.
(…) El sol parece querer salir, pero se le hace difícil…
(…) 13:30: Recién terminamos del almorzar; tal es la intensidad del frío que adentro de la carpa cocina con dos calentadores prendidos se nos congelaban los pies…”

Es saludable y necesario recordar a quienes nos precedieron en el avance sobre la Antártida, a quienes con un enorme sacrificio y entrega abrieron espacios, construyeron bases y pistas.

Por ello, quise recordar primero a un integrante de la esforzada Patrulla Soberanía de la Fuerza Aérea que, viviendo meses en carpas, sí, en carpas en la Antártida, como los primeros exploradores, construyeron la pista de aterrizaje en la meseta de la isla Marambio, en aquel año 1969, año de llegada a la Luna, y de la inauguración de la Base Marambio, nuestra “puerta de entrada” a la Antártida.

Porque además, si hoy es difícil hacer ciertas tareas en la Antártida, a pesar de contar con algunas comodidades ¡cómo una base! con toda la logística actual, cuanto más arduo habrá sido en aquellos años. Como se dice por ahí, en la Antártida es difícil apretar una tuerca a la intemperie… Habrá que imaginar todo lo demás…

Repaso mi diario de viaje

"Martes 8 de julio de 2014 en la Base Marambio:
El viento zumba, ronca, sacude toda la base queriendo arrancarla… La temperatura baja de los 22 ° bajo cero,, la sensación térmica ronda los 45, Anoche el viento era más fuerte; hay filtraciones de nieve en varios sitios, en rincones, uniones de chapas, techos pisos, cualquier fisura o irregularidad permite que la nieve ingrese como un aerosol blanco formando colitas y acumulándose en sastrugis internos… Cierta vez, utilizamos la nieve acumulada en el pasillo de ingreso a la base durante la noche para hacer algo de agua…"

Llegan a mis recuerdos

Estando en Marambio, durante los días de temporal, con vientos de 170 km/h, pensaba cómo habrán hecho esos argentinos para sobrevivir en carpas en esa desolada y áspera meseta antártica con esos vientos… Una epopeya.

Más de una vez, allá, sentí estar en otro planeta. Lo mismo que Licciardello, cuando empáticamente comprendió lo que habrá experimentado el primer astronauta que pisó la Luna, el mismo año que él con varios abnegados argentinos luchaban contra el frío y los vientos helados para dejarnos una pista que cambió definitivamente la historia argentina en la Antártida.

¿Por qué vamos a la Antártida? Es saludable preguntarlo y preguntárnoslo.

Más allá de las razones “superficiales”, vamos a la Antártida, por supuesto y sin chauvinismos, porque somos argentinos, porque colaboramos con la ciencia y el conocimiento, porque Malvinas y Antártida son la misma moneda, pertenecen a la misma provincia argentina.

Y por supuesto, cada antártico agregará lo suyo…

Volver… ¿A dónde?

Aunque sea una frase hecha, no por ello es menos cierta: volver es siempre llegar al lugar desde dónde partimos. Pero ¿cuál es ese lugar?

Además, nunca llegamos iguales. El viaje se llevó una parte de nuestras vidas; el viento de la travesía nos transformó el alma, nos quitó días de nuestra biografía pero nos agregó enormes cantidades de vivencias, que son recuerdos, que son miradas y sentires, que son energías. Por eso volvemos “renovados” aún cuando hubo penurias y sacrificios. El dolor, como el frío, como la soledad, enseñan. El aprendizaje será lento, difícil, intrincado, depende del alma que esté debajo de cada piel.

La Antártida es, además de todos los esfuerzos y trabajos, un instante ínfimo y solitario de contemplación humana. Si alguien interroga cuál es ese instante que define una imagen categórica, arquetípica en la Antártida, sin duda creo que es ésta: un hombre de pie, con el viento silbando alrededor, mirando estáticamente esa naturaleza inhóspita. Un hombre que detuvo su marcha, que hizo un descanso en su labor diaria a la intemperie y se hizo uno con ese mundo.

No hay cámara de video ni tecnología que logre captar la magnitud de ese lugar. Otra vez, ex post, late el escritor R. W. Emerson: la naturaleza nunca muestra una apariencia vulgar. En la Antártida esta afirmación se agiganta, se multiplica a la vez que estalla.

Hay una revolución de los sentidos, del espíritu. Una y otra vez pensaba, pienso: allí los detalles de una vida superflua se pierden.

Como Thoreau cuando en el siglo XIX se fue a vivir solitario al bosque, esos momentos nos hacen vivir profundamente y extraer toda la médula de la vida. Para quienes tenemos hijos y seres a los que pertenecemos como un abrazo y un soplo de vida, pueden parecer egoístas esos instantes.

Nuestra obligación, como antárticos, es abrir el pecho y el alma para que nuestros niños, los jóvenes, el resto de los ciudadanos, puedan asimilar algo de esa plenitud y de esta pasión, para que ellos descubran otras.

Cada viaje debe trastocarnos en la profundidad de nuestro ser. Cada viaje ha de ser un viaje hacia nosotros también.

Meses atrás, mirando por la escueta ventanilla del C-130 cómo nos alejábamos de esas nieves y rocas para meternos en el manto de nubes, al regreso de la Antártida, me preguntaba qué tendrá ese desafío que nos interpela tanto y tan hondo.

Y escribí: Pasarán los años y las circunstancias pero la Antártida, seguirá estando allí, aquí adentro, como una parte de nuestro ser. La Antártida es lo que nos hizo brotar adentro nuestro ese lugar fantástico, que desafía como casi ningún otro a los hombres. Nos pide volver, nos reclama, nos grita. No nos dejará nunca.

Sí, no me dejará nunca. Por supuesto no he encontrado respuestas, apenas un par de ideas sueltas, como la del aprendizaje.

No sé si a alguna vez encontraremos respuestas, al menos definitivas, por eso vivimos tras utopías, a las que nunca arribamos pero nos inquietan tanto que no dejamos de caminar tras ellas…

Seguiré buscándolas, por ello espero, deseo, ardo, por volver a la Antártida.

Autor: Licenciado Juan Carlos. Benavente

Fue integrante de la Dotación XLV (45) – Invernada 2014 de la Base Marambio de la Antártida Argentina.

Fundación Marambio - www.marambio.aq - Tel. +54(11)4766-3086 4763-2649